En el mundo de la música progresiva y experimental, pocos álbumes han alcanzado el estatus de leyenda como Tubular Bells, la obra maestra de Mike Oldfield lanzada en 1973. Este disco, que marcó el debut de Oldfield con apenas 19 años, no solo redefinió la manera en que se concebía la música instrumental en el rock, sino que también catapultó a Virgin Records al éxito comercial. Pero, ¿cómo se gestó esta icónica composición?
Desde temprana edad, Mike Oldfield mostró una inclinación inusual por la música. Siendo un prodigio autodidacta, pasó su adolescencia explorando distintos instrumentos y experimentando con estructuras musicales poco convencionales. Su primera incursión profesional llegó con el dúo folk Sallyangie, junto a su hermana Sally Oldfield, y posteriormente como bajista en la banda de Kevin Ayers, The Whole World.
Sin embargo, lo que realmente impulsó la creación de Tubular Bells fue la obsesión de Oldfield por un demo que había estado perfeccionando en un grabador de cuatro pistas. Influenciado por compositores como Terry Riley y músicos como Robert Fripp, el joven británico creó una pieza musical extensa, basada en capas de sonidos superpuestos y una estructura cíclica e hipnótica. Su habilidad para tocar múltiples instrumentos le permitió ensamblar, él solo, la mayor parte del álbum.
En un golpe de suerte, Oldfield logró que su demo llegara a manos de Richard Branson, quien recién había fundado Virgin Records. Impresionado por la visión del joven músico, Branson le ofreció tiempo de estudio en The Manor, donde Oldfield, con meticulosa paciencia, grabó y produjo lo que se convertiría en Tubular Bells. Para ello, utilizó técnicas innovadoras de grabación multipista, construyendo capa sobre capa con una precisión milimétrica. Oldfield empleó la técnica del "bouncing", que consistía en grabar varias pistas en un grabador de 16 canales y luego combinarlas en una sola pista estéreo para liberar espacio para nuevas capas de sonido. También experimentó con técnicas de grabación a distintas velocidades, lo que le permitió crear efectos de tono inusuales y lograr una atmósfera única. Además, utilizó una gran variedad de micrófonos y efectos de reverb para dar profundidad a la instrumentación, logrando una mezcla envolvente y dinámica.
El resultado fue un álbum sin precedentes: una suite instrumental dividida en dos partes, donde cada sección fluye de manera orgánica, incorporando elementos de folk, rock progresivo, música clásica y minimalismo. El característico motivo de piano que abre la obra se convirtió en un emblema del disco y posteriormente fue inmortalizado en la banda sonora de El Exorcista, lo que le dio un inesperado impulso comercial.
Tubular Bells Part One
La primera parte del álbum comienza con la icónica secuencia de piano en compás 15/8, seguida por la introducción de diversos instrumentos de forma progresiva. Este patrón de piano, aunque aparentemente sencillo, añade una encantadora extrañeza y refleja la influencia del minimalismo repetitivo de Terry Riley. Sin embargo, Oldfield no permanece prisionero de este estilo, sino que va construyendo la música en una dirección más grandiosa, añadiendo y cambiando instrumentos y alterando radicalmente el estado de ánimo. Su característico sonido de guitarra, tenso y emotivo, comienza a definirse en esta obra. A lo largo de los años, Oldfield utilizó una variedad de guitarras eléctricas, pero en Tubular Bells solo empleó una Fender Telecaster que anteriormente perteneció a Marc Bolan.
Los estados de ánimo de Part One oscilan entre pasajes pastorales y bellos hasta momentos angustiosos, furiosos y rockeros, donde Oldfield rasguea riffs con una frenética distorsión. Estos segmentos, curiosamente, carecen de batería, lo que les otorga una sonoridad inusual dentro del rock y el progresivo.
Las transiciones entre secciones no siempre son del todo fluidas, pero el conjunto resulta sorprendentemente cohesionado, especialmente considerando que fue compuesto por un músico autodidacta de 19 años. La inexperiencia de Oldfield (y de su equipo) se hace evidente en algunos momentos, con afinaciones imprecisas y tiempos imperfectos, pero su musicalidad y sincero deseo de innovar brillan en cada compás. Su asombroso sentido de la melodía, que sería una constante en su carrera, ya estaba presente en Tubular Bells, lleno de bellas melodías y riffs memorables que escapan a lo obvio y lo predecible.
El momento más famoso de Part One llega hacia el final, cuando Oldfield introduce los instrumentos uno a uno sobre un hipnótico riff de bajo. Vivian Stanshall, excéntrico líder del grupo Bonzo Dog Doo-Dah Band, presenta los instrumentos con su profunda voz a medida que se incorporan a la música. Esta ingeniosa idea encaja perfectamente con la estructura multicapa de Tubular Bells. El clímax llega con las campanas tubulares, que suenan con majestuosidad.
Para capturar el sonido de las campanas con la mejor calidad posible, el álbum se prensó en vinilo pesado, un formato hasta entonces reservado a la música clásica, mientras que el pop y el rock utilizaban vinilos más ligeros y reciclados. Esto benefició enormemente la calidad sonora del disco.
La icónica portada del álbum, obra de Trevor Key, muestra un tubo de acero doblado flotando en el aire, evocando un monolito místico similar a los de 2001: Odisea del Espacio.
Tubular Bells Part Two
La segunda parte de Tubular Bells suele quedar eclipsada por la primera, pero contiene algunos pasajes realmente bellos. En general, es más acústica, serena y discreta, aunque también alberga momentos de gran intensidad y experimentación.
Uno de los segmentos más llamativos es "The Caveman" (conocido en la maqueta como "Piltdown Man"), donde Oldfield distorsionó su voz para simular un gruñido primitivo sobre una base rítmica repetitiva. Esta sección surgió en respuesta a la presión de Branson para incluir una canción en el álbum. Para interpretar estas voces guturales, Oldfield bebió media botella de whisky en un pub antes de la grabación. Como resultado, no pudo hablar durante dos semanas. Curiosamente, este episodio puede considerarse un precursor de la vocalización del death metal.
Tras la ferocidad de "The Caveman", la música da un giro etéreo con una secuencia en la que Oldfield superpone delicadas guitarras sobre un fondo minimalista de órgano. Esta sección ilustra a la perfección su habilidad para crear paisajes sonoros envolventes.
Un Legado Inmortal
A lo largo de los años, Tubular Bells ha sido revisitado en múltiples ocasiones por el propio Oldfield, quien lanzó diversas reinterpretaciones y secuelas. Sin embargo, la magia de la versión original de 1973 sigue intacta. Su impacto en la música progresiva y experimental es incuestionable, y su influencia se extiende a numerosos géneros y artistas.
Este álbum no solo marcó el inicio de la carrera de Mike Oldfield, sino que también demostró que la música instrumental podía ser innovadora, emotiva y comercialmente exitosa. Medio siglo después, Tubular Bells sigue resonando con la misma intensidad.
Para celebrar el 50 aniversario de este hito musical, en 2023 se lanzó una edición especial que ofrece una remasterización de la grabación original, además de material inédito, incluyendo una versión inacabada de Tubular Bells IV, que Oldfield estuvo desarrollando antes de anunciar su retiro de la música.
La reedición incluye, además, un documental que explora la historia detrás del álbum, entrevistas con Oldfield y figuras clave de la industria, así como versiones alternativas y en vivo de sus cortes más icónicos.
Este lanzamiento no solo reafirma la importancia de Tubular Bells en la historia de la música, sino que también ofrece a nuevas generaciones la oportunidad de redescubrir esta obra maestra en una calidad sonora excepcional.
A medio siglo de su estreno, Tubular Bells sigue sonando tan mágico e hipnótico como en su día, recordándonos por qué Mike Oldfield es considerado uno de los genios musicales de nuestra era.
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