Peter Green – El alma del blues británico
Peter Green fue, para muchos, el mejor guitarrista blanco de blues de todos los tiempos. No por su virtuosismo técnico —aunque lo tenía—, sino por su capacidad para hacer que cada nota respirara emoción. Su sonido era puro sentimiento: limpio, contenido, melancólico. Nacido como Peter Greenbaum en 1946, creció en el East End de Londres, en un entorno de clase trabajadora donde la música era refugio y escape. A los 15 años ya se hacía llamar Peter Green y había encontrado en el blues su forma de expresión más profunda.
Sus primeras influencias fueron tan diversas como el blues, el jazz, el soul, el rock and roll e incluso la música judía tradicional. Empezó tocando el bajo, pero pronto cambió a la guitarra, instrumento que lo acompañaría en su meteórico ascenso. En 1966, el tecladista Peter Bardens lo invitó a unirse a su banda Peter B’s, donde coincidió con un joven baterista llamado Mick Fleetwood. Aquella conexión sería decisiva para el futuro.
Solo tres meses después, Green pasó a formar parte de los Bluesbreakers de John Mayall, reemplazando temporalmente a Eric Clapton, su gran ídolo. Cuando Clapton regresó, Green fue despedido, pero el destino le tenía guardada otra oportunidad: poco después, Clapton dejó definitivamente la banda para fundar Cream, y Mayall volvió a llamar a Green. A pesar del escepticismo inicial del público, Peter demostró ser mucho más que un sustituto. En el álbum A Hard Road (1967), su tema instrumental “The Supernatural” reveló un estilo fluido, hipnótico y emocional, que lo convertiría en una figura esencial del blues británico.
Ese mismo año, Green decidió crear su propio proyecto. Junto con John McVie y Mick Fleetwood, formó Fleetwood Mac, una banda que en sus inicios se dedicó por completo al blues. Luego se unirían Jeremy Spencer y Danny Kirwan, completando una formación de tres guitarras que alcanzaría momentos memorables en discos como Mr. Wonderful, English Rose y Then Play On. Bajo la batuta espiritual de Green, la banda firmó clásicos inmortales como “Albatross” —una suave y celestial melodía instrumental que llegó al número uno en el Reino Unido— y “Black Magic Woman”, que años después se convertiría en un éxito mundial gracias a Santana.
Sin embargo, la sensibilidad que hacía de Green un guitarrista único también lo volvió vulnerable. A finales de los sesenta, comenzó a experimentar con el LSD y su salud mental se deterioró. En 1970, tras un episodio confuso en Múnich, su comportamiento se volvió errático. Adoptó una visión mística y religiosa, apareciendo en escena con túnicas y cruces, y llegó a proponer a la banda donar sus ganancias a la caridad. Aquello marcó su salida definitiva de Fleetwood Mac, dejando tras de sí una última obra profética: “The Green Manalishi (With the Two Prong Crown)”, una canción oscura y obsesiva que reflejaba su conflicto interno.
Después de su partida, Green lanzó el desconcertante álbum The End of the Game (1970) y luego se retiró casi por completo de la música. Los años siguientes fueron turbulentos: se habló de él como sepulturero, barman, miembro de una comuna israelí e incluso paciente en instituciones mentales. En una ocasión, al recibir un cheque de regalías, llegó a encarar a su contador con una pistola descargada.
Reapareció tímidamente a finales de los 70 con discos como In the Skies (1979), Little Dreamer (1980) y Kolors (1983), que mostraban destellos de su antigua magia, aunque con un tono más sereno y resignado. A mediados de los 90, el escritor Martin Celmins publicó su biografía, arrojando luz sobre una vida marcada por el talento, la fragilidad y la búsqueda espiritual.
Uno de los momentos más emotivos de su reaparición fue en 1998, cuando Fleetwood Mac fue incluido en el Salón de la Fama del Rock & Roll. Allí, Peter Green tomó la guitarra y, junto a Santana, interpretó “Black Magic Woman”. Fue un instante mágico: dos generaciones unidas por una misma melodía, la suya.
Peter Green falleció mientras dormía el 25 de julio de 2020, a los 73 años. Su legado sigue vivo en cada nota que alguna vez tocó, en cada guitarrista que busca transmitir sentimiento antes que velocidad. Porque, más allá de los excesos, los silencios y las sombras, Peter Green fue —y sigue siendo— el alma más pura que el blues británico haya conocido.
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